lunes, 3 de octubre de 2011

La perspectiva obliga...

¿El hallazgo es búsqueda o encuentro? Yo, a priori, no lo sé. Que esta pregunta ronde por aquí puede ser casualidad que es el peyorativo con el que definimos un encuentro o búsqueda. No se sabe cómo pero que la humanidad evoluciona o involuciona es un hecho constatado, a lo sumo incierto, aunque se entrevea. Los hallazgos revolucionan el mundo y sobre todo el espíritu humano que ve a su "yo" anterior sobrepasado por una nueva generación de individuos formados por sí mismos que lo destruyen... a mí me resulta reconfortante experimentar cambios en mi mundo, en mí. 

El silencio ayuda en cuanto a que nos susurra todo cuanto ve a su alrededor. Un rasgueo continuo interrumpe su muda sinfonía y él se encarga de avisar de la anomalía. Es el comienzo del descubrimiento, esto es, la búsqueda o el encuentro. Quizás estemos frente a un espejo intentando dilucidar cuál es el yo auténtico, absortos aún por la pesadilla del estado de ensoñación cartesiano; lo cierto que es que Wittgenstein templa mi ánimo y perfila que de momento el silencio, también, es la mejor respuesta. He aquí el descubrimiento y lo que ello supone.

Existen, en un principio, dos formas personales de dejar huella: el lápiz y el bolígrafo. Pongo énfasis en que son conjunto y no particular. Tan lápiz es el lápiz como la tiza, como la cera pastel. Tan bolígrafo es la pluma como el acrílico, como el grabado. Estas dos realidades conforman nuestro mundo, todo es lápiz o bolígrafo, nada se escapa a su categorización. Parece oportuno pues, establecer una lógica funcional que ayude a diferenciar lápiz de bolígrafo y adecúe el uso de cada uno.

En mi escritorio guardo un pequeño bote repleto de bolígrafos, el visitante que fugazmente pasa por allí cree que es un gran repertorio técnico de ellos, lo más cierto es que están gastados, no sirven ya, su vida terminó. Nunca me gustaron demasiado los lápices, si hubiera de ser, sería bolígrafo. Una duda se cierne entonces sobre mí, ¿por qué no hay en este bote ningún lápiz?

El lápiz es un ser sencillo, suave, cálido como la madera de la que proviene. Su trazo es variado, un mismo lápiz permite cientos de marcas diferentes. Sus manchas prominentes y expresivas. El bolígrafo es por el contrario un ser temperamental, a veces se digna a trabajar y otras se niega por completo. Complejo si lo comparamos con el lápiz, una estructura ingenieril interna, manchas toscas, homogéneas, reconocibles en un primer orden. Dos formas de trabajar distintas que no tendrían por qué recalificar su mundo gráfico, la diferencia se deduce del primer enunciado: el bolígrafo está en mi escritorio y el lápiz no.

El lápiz se amilana, se deja manejar por su usuario, no tiene credenciales ni ethos, su trazo dependerá de la personalidad del que lo maneja, transfiere y absorbe lo que le toca. Si no nos gusta lo que hace, ¡no hay problema incluso con un dedo podemos emborronar o borrar lo que ha hecho! Su dueño le va consumiendo poco a poco, para realizar su obra y cuando no se pueda sacar más rendimiento de él, lo tirará a la basura. El bolígrafo se muestra robusto, erguido frente al que le toque, arisco en algunas ocasiones. Requiere de un trato suave, sino escupirá tinta a borbotones sobre el papel de quien le pretenda domar. Hay que saber que no podemos utilizarle, su uso es una colaboración mutua. Tapar el bolígrafo es más complejo, se necesita de un antagonista para lograrlo, la antítesis a su tinta que le diliuya; pero aún así él seguirá ahí, oculto pero inmanente. Tampoco se intente tratarle de lápiz y buscar expresividades fuera de su ser, ¡porque no, él no es lápiz! Cuando ya no queda más oscuro brillo en su interior, se deja de lado... el bolígrafo también muere, al igual que todos.

Ahora llega el descubrimiento de veras. Propongo que el bolígrafo y el lápiz son personas. Pienso en ellos como el ateo y el creyente, el optimista y el pesimista, el rebelde y el resignado. De ahí que quizás me gustasen siempre más los bolígrafos, me gusta tener en mis manos seres que no necesiten de otros para ser, que cueste manejarlos, ya suponen un reto en sí. Que dialoguemos, que yo no pueda manipularlos, seres joviales. Lápices no. Aguardan una vida que se va consumiendo con la esperanza de que ésta pase y les abra las puertas a un mundo que no existe, su final es el mismo del bolígrafo. Sin embargo, yo guardo bolígrafos, no lápices.

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