sábado, 30 de abril de 2011

Que las atrape el viento...

Sólo se trata de lanzar una palabra, una tragedia... ¡y que las atrape el viento!


Cierto, Dalí. La monarquía es la validez suprema del ácido desoxirribonucleico, es la certeza que nos lleva a afirmar que desde la primera célula todo se transmite. La constatación de que desde el momento en que jugamos a la contingencia; desde nuestro nacimiento, estamos atados a nuestra raza. No obstante, ¿acaso no refuta la monarquía el ADN si lo comparamos con la literatura? 

En efecto, la literatura es el más excelso ejemplo de que la historia de la humanidad, lo universal, está ligado a la persona, lo individual, indisolublemente. Esta relación es retroalimentativa, es la simbiosis del génesis humano. La historia alimenta al hombre, le conforma y proyecta. Por su parte, el hombre la construye dándole nuevo material para distribuir entre la población que debe alimentar. En este sentido, podemos afirmar que tanto el hombre como la historia son imperfectos, inacabados... y que "todo fluye, nada permanece". 

Ningún hombre estará acabado en la medida en que cuando lo esté, dejará de serlo. ¿Qué sería de ti si de verdad fueras estereotípico, escultórico, proporcionado y modelado? Yo puedo decirlo, serías un cadáver. Es el único instante en el que el hombre es perfecto tal y como es, nunca devenirá en algo mejor... es tan acabado como la historia que él ha hecho. A pesar de esto, el hombre perfecto, el cadáver, desaparece de la historia siempre y cuando la historia no le haya hecho ver lo siguiente: la única muerte es el olvido. Si de verdad el cadáver en vida entendió esto, nunca podrá ser perfecto y siempre vivirá, alimentando y alimentándose de la historia. Es decir, si Marx no hubiera visto esto, es seguro que no nacerían nuevas interpretaciones (en definitiva mejoras) de sus teorías, que no hacen otra cosa sino alimentar la historia pues, la historia ha dado armas para crear esas nuevas teorías. Como conclusión, ya que Marx se sigue alimentando de la historia y alimenta a ésta, Marx, cadáver, sigue vivo.

¿Y la historia?, ¿cómo vive? La respuesta es inequívoca: la historia vive de la curiosidad. La historia es alimentada por los hombres vivos (sin significar los hombres que viven) y ella alimenta a los hombres gracias a la curiosidad de éstos. Observemos que existen dos tipos de hombres en el mundo: el conformista y el curioso. Citemos ahora un ciclo histórico que pueda parecer totalmente cerrado, por ejemplo, el neolítico. El conformista (el opuesto al curioso, el que vive de las rentas de la historia y no se encarga de alimentarla) creerá en su sueño dogmático que el neolítico se rige por la mesura. Todo de él se conoce, se ha documentado y él puedo usarlo a su favor. El curioso, el más caritativo de los hombres con respecto a la historia, el más grandilocuente poeta de todos ellos, buscará siempre una nueva punta de flecha, un hacha de sílex... cualquier cosa que pueda poner en quiebra todo los valores establecidos que el conformista maneja para así alimentar a la historia. El curioso creará nuevas teorías e hipótesis y dará vida a la historia al igual que hace con Marx.

Es lo único que le doy a la historia, palabras al viento. Que ella las recoja y, algún día, alguien me traiga de nuevo a la vida, que yo nunca muera, que sea un cadáver vivo. Que así yo crea que el final es el punto en el que todo comienza de nuevo...

"¿Es esto la vida?, le diré a la muerte, ¡muy bien pues que vuelva a empezar!" (Nietzsche)