jueves, 24 de noviembre de 2011

Palabras, momentos... que los atrape el viento

04.00: Descubro que el móvil está sin batería. Suerte que mi cuerpo se despierta a estas horas sin que él suene
04.15: Creo que lo que hago ahora se llama desayunar aunque la hora es un tanto peculiar. Me ducho también
04.43: Ya estoy ante la mesa, ante mi proyecto, mis ideas, el folio... todo se une en el trazo del bolígrafo
05.24: He vuelto a ver al anciano que siempre pasea a su perro a estas horas. Lo que más me ha sorprendido es que él ha mirado hacia mi balcón como buscándome
05.46: Ahora: Arquitectura de cartón
06.01: Estoy manteniendo silencio sobre mi proyecto. Dejo que él se exprese por sí solo. Sigue avanzando a su propio paso, yo, testigo
06.15: "Saint James Infirmary"
06.22: ¿Qué haría yo sin la música? 
06.38: Las canciones que están pasando por mis oídos me ayudan a proyectar. ¿La verdad? Rescatan recuerdos
07.09: Ha sonado "La valse d'Amelie" mientras dibujaba una escalera en mi proyecto
07.39: Ya ha amanecido en Sevilla. Oigo a Little Pepe y recuerdo que a Vero le gustaba mucho... deformo escaleras
07.47: No me gusta mi proyecto... abulia
07.57: El sol está fuera por completo y entonces suena Solsticio de verano. ¡Me encantan las coincidencias que te regala la vida!
08.09: Una señora duerme en la calle con una manta por encima sobre una silla de plástico junto a su kiosco
08.26: Javi ha venido a mi dormitorio. Coincide conmigo en que la vista desde mi ventana es preciosa pero que debo limpiar los cristales en breve. Se sorprende de que lleve tantas horas despierto, dice que vivo mucho...
08.37: Voy a leer a Octavio Paz durante un rato.
08.54: El sol ha ido entrando en mi habitación y ahora queda a la altura de mis ojos. ¿Dónde estára mi pájaro? Me gustaría que puediera verme en este momento. Decepción
09.12: Salva es que el entra ahora en mi habitación y dice: ¡He dormido 9 horas! Demasiadas para nuestros cuerpos de arquitectos...
09.19: Recojo el correo, dentro de una carta de Fenosa hay dos globos: uno es azul, el otro naranja
09.20: ¡Me hacen gracia los apellidos de mi profesora de Análisis Gráfico! Guerra Sarabia.
09.46: Teresa ha vuelto a clase tras unos días de ausencia por enfermedad. 
10.15: Camino por el pasillo y el limpiador, que es disminuido físico, se mofa de otra persona que también tiene problemas al andar. La diferencia entre ambos es que éste va en chanclas y tiene problemas en las dos piernas, áquel se siente superior porque sólo tiene problemas en una pierna. A veces la crueldad y la estupidez se manifiestan al unísono. Creo que me caerá mal este señor para siempre. 
10.46: Saco un libro precioso de la biblioteca. El prólogo de Baldeweg es jugoso.
11.22: Fran dice estar cansado
11.30: En la papelería técnica, mientras compro acetatos, descubro que el plano de mi abuelo es una copia en máquina de amoníaco. Estas máquinas desaparecieron hace más de 20 años.
12.05: Mi encuesta se convirtió en quiniela como por arte de magia.
13.00: Una hora leyendo sobre Vermeer. Ángela del Río acaba de escuchar una canción mía y me mira con esa cara que tanto me gusta.
13.20: Me he cruzado con Curro González pero no le he saludado
13.25: Estoy contándole a Martita cuál será mi nueva entrada cuando llega un mensaje de Carlos Tapia que dice: "Usamos Microsoft Office Word 2010®, tenemos los derechos" Nos reímos juntos
13.45: Helena me ha dicho su típico "imbécil" con voz de niña pequeña. Me veo obligado a decirle "tontita" en el mismo tono
14.00: Estoy comiendo con Salva en casa cuando aparece una delfín en un cuerpo de policía.... insólito.
14.45: Voy a dormir la siesta
16.30: Mi cabeza quiere estallar. Me despierto enfermo y no recuerdo qué día de la semana es. Me parece oportuno irme a la ducha. 
17.10: Lucía me ha hecho un regalo precioso. ¿Cómo la puedo querer tanto?
17.42: Los brise-soleils de la Casa Curruchet son preciosos
18.00: Salva me hace huir escaleras abajo. Quiere que le cuente algo y yo me niego, aunque ahora ni sé qué era lo que no quería contarle
18.34: Surrealismo en la era moderna: Mi compañero Javi me ha preguntado cómo se saca un libro de la biblioteca. 
20.23: Dos horas de manejo de Photoshop terminan en perder todo el progreso
21.30: Javi invita a dos de sus amigos a ver el fútbol. Comentamos la anécdota de Carlos Tapia haciendo de estatua en el teatro de su residencia
21.43: Pido amablemente a Salva mi habitual vaso de leche nocturno
22.05: Víctor Valdés resbala patéticamente 
23.18: Javi y yo debatimos. La conclusión es que los zombis no utilizan su sentido del olfato bajo los coches
23.28: Salva apoya nuestra teoría
00.20: Al lanzarle una barra de pegamento a Salva, éste ha chocado contra una pared y rebotado quedando en mi mano
01.03: Supongo que me quedaré dormido mientras leo "El árbol, el camino, el estanque, ante la casa"
04.15: Despierto soñando que en un país inventado debo explicar ante los gobernante el por qué de su elevada tasa de inmigración 

(La mañana y el día continúan pero considero que a las 04.00 se cierra un ciclo de 24 horas. Es suficiente como narración y encuentro de experiencias casuales. Hoy será diferente e igual. )

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Un pájaro en mi ventana

Hoy quisiera contar una sencilla historia, la de un pájaro.

En mi dormitorio hay una ventana, frente a la ventana un escritorio, sobre el escritorio, yo, escribiendo. Por la ventana entra la vegetación de la calle, las casas, el ruido de la gente... el viento también. Cuando trabajo en mi mesa suelo levantar la mirada constantemente en busca de la calle, haciéndola mía, sintiendo aquella sentencia de Bachelard: "Todo lo que entra por la ventana pertenece a la casa" 

Me centro ahora en la casa de enfrente: vivienda unifamiliar... No es la casa lo que me atrae sino su tejado. Parece un tejado cualquiera, cuatro aguas, teja cerámica y chimenea... Pero no es tampoco el tejado lo que me  gusta de mi ventana, ¡no! En una de las vertientes encuentro un conjunto de tejas grises, diferentes a las demás y, a ellas, acerco la mirada.

Asoma a veces sí, a veces no, de entre ellas, la cabeza de un pequeño pájaro negro. Al principio no reparé en él, ahora no puedo parar de esperar a que salga. Aquellas tejas grises, más tristes que las coloridas de su alrededor, irradian vida cuando él asoma. Está continuamente yendo y viniendo con ramitas en su pico. Otras veces se pasea por entre las tejas y se acerca al vuelo del tejado para asomarse a la calle. Por las mañanas se despereza con un corto vuelo alrededor de los árboles para irse después sin siquiera despedirse de mí.

Normalmente suelo pasar muchas noches despierto frente a la oscuridad de la calle. Comienzo a preguntarme qué tal estará pasando la noche mi pájaro. Otras, mientras duermo yo, quiero pensar que es él el que se acerca a mi ventana y se asoma para verme dormir, preocupándose de que todo haya transcurrido bien ese día. Así descanso tranquilo, tranquilo de que alguien vele por mi bienestar. 

Luego me pregunté si el pájaro tendría pareja, si aquel trabajo concienzudo de transportar ramas no fuera sino para construir un nido. ¡Qué ilusión esperando la llegada de la primavera! Podría ver a sus pajarillos asomando el pico cuando él volviese para traerles comida. Pronto crecerían y pasearían con su padre por el tejado, aprenderían a volar primero aleteando torpemente, después con ágiles piruetas y acrobacias. Irían uno a uno acercándose a mi ventana para presentarse u observarme dormir... 

Hace ya muchos días que no veo al pájaro. No sé dónde se encontrará ahora mismo. Parece que se ha ido. Ahora que ya me entusiasmaba verle amanecer, que dormía feliz sabiendo que cuidaba de mí, que soñaba con lo feliz que él sería en primavera, ahora se va... El pájaro, como algunas cosas en la vida, se marcha cuando ya has comenzado a no dejar de pensar en él. 

(Dedicado a Marta Benito, para que sus risas no sean un pájaro que se va de mi vida)

jueves, 10 de noviembre de 2011

Sobre miradas...

A lo largo de este último año me he obligado a mí mismo a volver al Museo de Arte Romano de Mérida cada vez que me desplazo hasta allí. Para muchos, ejemplo arquitectónico, para otros, montón de ladrillos en descomposición constante, para mí... (se fueron las palabras). No sé qué tiene que tanto me atrapa, tampoco creo que debiera explicarlo textualmente; sería un deshonor a la causa de la experiencia: su intangibilidad. En total esto suma unas siete o ocho visitas por año al museo.

En verano posee una luz espectacular, los interiores son deslumbrantes y el visitante no puede sino guiarse por las salas en penumbra creadas en las crujías. En invierno es frío y distante, te conduce por lugares centrales, siempre con una sensación interior de temor a acercarse a sus gélidas paredes revestidas de un color radiante. Las flores del parque se cuelan en el aire primaveral por sus ventanas laterales y la naturaleza hace suyo el lugar. El otoño lluvioso emeritense le hace mucho bien al museo, el interior huele a piedra mojada, un olor delicioso. En una ocasión disfruté de un pequeño chaparrón, modoso e inocente, casi como un regalo que el museo hacía a su más fiel visitante, acompañado de una luz tenue. El interior parecía una piedra preciosa. Las gotas de agua depositadas en la calzada romana se colaban por la pasarela en forma de luz mientras la nariz vibra por la atmósfera conseguida... otoño. Es la mejor época para visitarlo. 

Existe una sala oculta entre los atrezzo del museo. ¿El contenido? Rostros. Una colección integrada en las paredes, atrios y estantes a lo Soane. Figuras mortuarias y recordatorios romanos a los difuntos, colocados allí, entre los vivos. Entiendo una escultura funeraria como un artefacto concebido para olvidar. En él se encierra una vida, la roca trasciende, se extraña y convierte en la memoria de una persona. Después sólo queda enterrarla para que la tierra la engulla, el tiempo pase y la convierta nuevamente en roca. Sucede lo mismo con la familia del difunto, el tiempo transforma el rostro en roca, olvida la presencia de la persona y ayuda a su vez a borrar la defunción de la persistencia personal. ¿Hacemos justicia a la memoria recordando objetos hechos para olvidar?, ¿es moral desenterrar la roca y parar ese ciclo de destrucción del pasado y construcción del futuro?...

Entre la oda de memoria descubierta por los rostros había una muchacha sin ojos. La historia del cartel que la acompañaba contaba que la joven era ciega. Si yo hubiera sido el escultor le hubiera regalado unos ojos. Los hubiera colocado dulcemente, memoria de una ironía que la acompañaría para siempre: ojos negados  en vida que le son regalados al morir. Una persona es lo que ha visto. Aquella patricia sería lo que quisiera ser ahora, podía trazar un mundo propio, imaginario personal asociado a un mundo de oscuridad anterior. Por eso, creo, sería feliz si le hubiera regalado unos ojos.

Desde entonces no hago más que pensar en sus no-ojos. Pienso en qué ojos darle, y al fin sé qué mirada le colocaría si pudiera... serían unos ojos felinos, tímidos y huidizos. ¿Por qué? Porque últimamente no hago más que decirle a esos ojos: ¡Dejad de pasear por mi mente! Yo mismo sé, sin embargo, que ansío verlos por encima de todo. Ahora que me han sido negados, ahora que no son míos... llamémoslo autotortura.