viernes, 23 de septiembre de 2011

Un viaje por no se sabe dónde...

La experiencia que hoy propongo necesita de unas consideraciones previas para poder entenderse. En primer lugar cabría mencionar que soy un ser muy metódico. Con ello me refiero a que es previsible lo imprevisible que soy. Sí, ni más ni menos que contradicciones, la vida misma. Sin embargo, cuando se trata de viajar, y más concretamente desde Sevilla a mi Mérida natal, soy un kantiano caracterizado. Me gusta Kant como persona, me hace gracia, sí... Kant era un hombre programado, siempre realizaba las mismas tareas a la misma hora todos los días, ¡tanto que sus vecinos llegaban a predecir la hora que era en función de lo que Kant estuviera haciendo! Si Kant pasaba por la mañana eran las diez, si estaba sentado en su escritorio, las cuatro, si cenaba, las ocho. Lo más curioso de todo es que él mismo afirmaba que apenas tenía tiempo, que éste pasaba volando, ¿sería que Kant volaba junto a él? Tan rígida era su rutina horaria que cuando viajó al norte cambiando su ciclo vital, su salud empeoró y murió.

Pues bien, cuando viajo me convierto en Kant. Si alguien pudiera verme en los vacíos autobuses en los que viajo no me reconocería pues hay veces en la que pienso que hasta mi rostro se desdibuja por el viaje. Quizás algún día me lleve un espejo para cercionarme de todo esto. Mi mente parece conocer esta circunstancia y se empeña en afirmar mi kantismo comenzando a reflexionar... ¡qué le voy a hacer si así de caprichosa es ella! Normalmente recorro el suroeste los viernes por la tarde, después de una larga noche sin dormir y una mañana en alerta máxima. Lo más lógico sería dormir todo el trayecto, ¡pero no para Kant! Entre los extremos del camino la rutina es simple: todo comienza con la salida desde Sevilla y la lectura de algún libro durante aproximadamente una hora (es indispensable hacer esto, Kant así lo quiere), después duermo durante otra hora y tras este descanso y unos largos e incómodos minutos más de un asfixiante ambiente kafkiano llego a Mérida... todo normal.

En mi último traslado se dio una especial circunstancia, este metodismo mío se rompió puesto que salí de Sevilla por la mañana. Igualmente, leí, dormí y me agobié. Sin embargo, al despertar reparé en algo familiar, se trataba de un edificio muy peculiar. En muchas ocasiones, nada más despertarme lo había visto, yo diría que incluso en un arrebato muy dramático, él se me había aparecido. ¿Qué era aquello, una casa, una iglesia...? De veras que yo aún no lo sé. Inmediatamente su imagen me evoca a Gaudí, ¿acaso Gaudí construyó allí algo? No logro comprender la lógica de esa construcción. Otras tantas veces he tratado de mantener despierto, con la cámara preparada para fotografiar y... no he logrado ver nada.

Conocí a Gaudí siendo bien pequeño. Recuerdo perfectamente que lo vi en un episodio de "Las tres mellizas" (un descubrimiento un tanto curioso, pero a mí me encantaban porque me ayudaban a conocer a personajes históricos desconocidos para un niño como yo lo era). Allí lo retrataban como un "iluminado", con visiones y alucinaciones que lo hacían ser calificado de desequilibrado. Después descubrí que esa imagen de Gaudí ligaba a la perfección con su muerte: atropellado por el tranvía en un estado de arrebato creador que le dejó parado en la línea férrea. Ahora imagino que ese Gaudí que a veces logro ver y otras no son imaginaciones mías, que nunca ha existido y que al despertar de mi sueño se me aparece como aquellos dragones que Gaudí veía por las calles de la Barcelona de Cerdá.

De esta forma, no sé ubicarlo, no puedo describirlo a la perfección... sólo tengo vagos trazos en la cabeza que parecen desaparecer en el instante en que decido dibujarlo en el papel para atrapar de una vez a ese coloso huidizo. Si alguna vez podéis verle no dudéis en parar como sea y acercaros para aseguraros de si es un espejismo o una realidad, para mí, él es un viaje por no se sabe dónde.

No hay comentarios:

Publicar un comentario