miércoles, 16 de noviembre de 2011

Un pájaro en mi ventana

Hoy quisiera contar una sencilla historia, la de un pájaro.

En mi dormitorio hay una ventana, frente a la ventana un escritorio, sobre el escritorio, yo, escribiendo. Por la ventana entra la vegetación de la calle, las casas, el ruido de la gente... el viento también. Cuando trabajo en mi mesa suelo levantar la mirada constantemente en busca de la calle, haciéndola mía, sintiendo aquella sentencia de Bachelard: "Todo lo que entra por la ventana pertenece a la casa" 

Me centro ahora en la casa de enfrente: vivienda unifamiliar... No es la casa lo que me atrae sino su tejado. Parece un tejado cualquiera, cuatro aguas, teja cerámica y chimenea... Pero no es tampoco el tejado lo que me  gusta de mi ventana, ¡no! En una de las vertientes encuentro un conjunto de tejas grises, diferentes a las demás y, a ellas, acerco la mirada.

Asoma a veces sí, a veces no, de entre ellas, la cabeza de un pequeño pájaro negro. Al principio no reparé en él, ahora no puedo parar de esperar a que salga. Aquellas tejas grises, más tristes que las coloridas de su alrededor, irradian vida cuando él asoma. Está continuamente yendo y viniendo con ramitas en su pico. Otras veces se pasea por entre las tejas y se acerca al vuelo del tejado para asomarse a la calle. Por las mañanas se despereza con un corto vuelo alrededor de los árboles para irse después sin siquiera despedirse de mí.

Normalmente suelo pasar muchas noches despierto frente a la oscuridad de la calle. Comienzo a preguntarme qué tal estará pasando la noche mi pájaro. Otras, mientras duermo yo, quiero pensar que es él el que se acerca a mi ventana y se asoma para verme dormir, preocupándose de que todo haya transcurrido bien ese día. Así descanso tranquilo, tranquilo de que alguien vele por mi bienestar. 

Luego me pregunté si el pájaro tendría pareja, si aquel trabajo concienzudo de transportar ramas no fuera sino para construir un nido. ¡Qué ilusión esperando la llegada de la primavera! Podría ver a sus pajarillos asomando el pico cuando él volviese para traerles comida. Pronto crecerían y pasearían con su padre por el tejado, aprenderían a volar primero aleteando torpemente, después con ágiles piruetas y acrobacias. Irían uno a uno acercándose a mi ventana para presentarse u observarme dormir... 

Hace ya muchos días que no veo al pájaro. No sé dónde se encontrará ahora mismo. Parece que se ha ido. Ahora que ya me entusiasmaba verle amanecer, que dormía feliz sabiendo que cuidaba de mí, que soñaba con lo feliz que él sería en primavera, ahora se va... El pájaro, como algunas cosas en la vida, se marcha cuando ya has comenzado a no dejar de pensar en él. 

(Dedicado a Marta Benito, para que sus risas no sean un pájaro que se va de mi vida)

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